En algunas regiones, sobre todo en los países de mayor desarrollo relativo, es común ver drones o sistemas de georreferenciación recolectando información sobre suelos, clima o plantas, que, una vez en manos de productores y expertos en tecnología, facilitan la toma de decisiones en la finca y aceleran los niveles de productividad. 

En el campo, las tecnologías digitales ayudan a productores a comprender mejor el comportamiento de los cultivos y a las entidades financieras y aseguradoras a modelar escenarios de riesgos. 

El uso de teléfonos inteligentes y computadoras permite monitorear vastas zonas de cultivo, transformando la figura de productores rurales en la agroempresarios con un conocimiento mayor del negocio y del entorno.

Las biotecnologías permiten, por otro lado, el mejoramiento genético de semillas y la agricultura de precisión reduce costos en insumos como abonos, controladores de plagas y fertilizantes.

Vemos que las agrotecnologías coexisten en una espiral virtuosa. La química se utiliza para crear, desarrollar y usar efectivamente fertilizantes, plaguicidas y nutrientes, la mecánica para facilitar e industrializar el trabajo de campo gracias a la maquinaria disponible, como sembradoras, recolectoras y fumigadoras.

Al final de cuentas, las innovaciones tecnológicas van más allá de solo proveer conocimiento: este debe traducirse en oportunidades de mercado, aumentos en los índices de rendimiento, mejoras en los precios, mejores insumos, prácticas agronómicas más eficientes y mayor bienestar para las personas del mundo rural.